El doble drama del éxodo venezolano requiere más ayuda internacional
Venezuela duele hace demasiado tiempo. El padecimiento de millones de venezolanos forzados a dejar su país es una de las historias más tristes de América Latina en las últimas décadas. Solo la crisis de los refugiados sirios supera en dimensión al éxodo venezolano. Y si además consideramos la enorme vulnerabilidad de la población desplazada a los efectos de la pandemia, entonces estamos ante una situación alarmante, que debe movilizar los mayores esfuerzos de la ayuda internacional.
Tanto en términos sanitarios como económicos, América Latina fue en el último año la región que más fuertemente sufrió el impacto de la pandemia. En proporción, el coronavirus mató a más personas que en otras regiones –el 28,8% del total frente a solo el 8% de la población global- y las medidas para contener su propagación echaron por tierra más de una década de avances en la reducción de la pobreza. Para los venezolanos en Colombia, Perú y Ecuador, principales países receptores de los más de 5,5 millones de migrantes, esto representó un golpe adicional.
¿Qué significa esto? Significa que los venezolanos del éxodo tienen menos acceso a servicios de salud y están por lo tanto más expuestos al virus. Y que al depender muchos de ellos de empleos informales sus ingresos se ven muy disminuidos por la pandemia, enfrentan más dificultades que otros grupos para recuperarse económicamente y tienen una mayor probabilidad de caer en la pobreza extrema.
En Colombia, por ejemplo, debido a su situación migratoria muchas veces irregular, solo un 45% de los venezolanos tiene un trabajo formal. A este condicionante se le suma la caída del empleo. En el caso de Perú, dos meses después de iniciada la cuarentena el 45% de los hogares había perdido su principal fuente de ingresos, y dos meses más tarde tanto como el 64 % de los hogares de los tres quintiles inferiores había visto sus condiciones económicas empeoradas.
La situación general de los desplazados venezolanos es ciertamente difícil. Pero podría empeorar más aún en el mediano plazo, una vez que se levanten las restricciones impuestas por la pandemia y el flujo de refugiados vuelva a crecer, como es probable que ocurra.
Sin embargo, la realidad podría ser muy diferente. Además del imperativo humanitario, es importante reconocer que los migrantes tienen mucho que aportar si se les brinda la oportunidad de trabajar y de integrarse en su nuevo entorno. Una integración efectiva podría tener efectos sumamente positivos en los países que los acogen y ayudar a acelerar su recuperación económica. Colombia, Ecuador y Perú, entre otros, podrían beneficiarse enormemente.
Según estimaciones del Banco Mundial, por ejemplo, si en Perú los venezolanos se integraran plenamente en el mercado laboral, el país produciría anualmente unos 3.200 millones de dólares adicionales, equivalentes a un tercio del gasto anual en educación. Además, estimularían el consumo por su mayor demanda de bienes y servicios, y mejorarían la recaudación impositiva. Lo mismo ocurriría en Colombia y Ecuador.
Desde este punto de vista, entonces, integrar y asistir a las familias migrantes y refugiadas no solo es una respuesta humanitaria necesaria, sino que además es conveniente para todos. En especial, en una coyuntura en que los países receptores no pueden permitirse perder la oportunidad de dinamizar sus economías. Es importante insistir en estos puntos en momentos en que tanto en Colombia como en Perú y Ecuador caen la aceptación a la población venezolana y la aprobación a las medidas de acogida.
Colombia adoptó una serie de políticas de integración muy positivas, incluidos la reciente regularización masiva de los migrantes, a través de un nuevo Estatuto Temporal de Protección, y el acceso a los planes de vacunación contra el coronavirus. Más medidas como estas son necesarias, pero además de voluntad política esto requiere financiamiento.
Hasta ahora el apoyo internacional a los países que acogieron a los migrantes venezolanos ha sido modesto, una fracción de los recursos movilizados para paliar situaciones similares. El instituto Brookings de Washington estimó en 265 dólares por persona la ayuda en el caso venezolano, mientras que para la crisis siria el apoyo financiero ascendió a 3.150 dólares por persona. Un esfuerzo mayor de la comunidad internacional no solo es posible y necesario. También es urgente.