La primera central nuclear del mundo en Emirátos Árabes
Dos semanas después de lanzar la primera misión árabe rumbo a Marte, Emiratos Árabes Unidos acaba de sumar otro hito a su listado de progresos tecnológicos: poner en funcionamiento la primera planta nuclear del mundo árabe. Un avance polémico que ha hecho sonar las alarmas sobre la proliferación nuclear en una convulsa región marcada por los conflictos y los programas de energía atómica que ya poseen Israel e Irán.
“Somos orgullosos testigos del inicio de las operaciones de la planta de energía atómica de Baraka, conforme a los más altos estándares de seguridad internacionales”, ha proclamado Mohamed bin Zayed, el príncipe heredero de Abu Dabi y presidente ‘de facto’ de Emiratos Árabes Unidos, la federación de siete pequeños estados de la península Arábiga cuya fundación cumple el próximo año medio siglo.
La central Baraka (bendición, en árabe) está emplazada en la región costera de Al Gharbia, en el costado occidental de Emiratos, no lejos de Qatar y Arabia Saudí. “La planta proporcionará electricidad limpia a la red completando las fuentes intermitentes de energía renovable como solar y eólica que no son capaces de generar electricidad de manera continua”, señala la Corporación de Energía Nuclear de Emiratos, la compañía que ha desarrollado un proyecto diseñado por la corporación de energía eléctrica de Corea del Sur.
“Cubrirá el 25 por ciento de las necesidades eléctricas de Emiratos una vez que esté completamente operativa y ayudará a evitar la emisión de 21 millones de toneladas de emisiones de carbono, equivalente a retirar 3,2 millones de vehículos de la circulación cada año”, subrayan desde la empresa responsable de su explotación. La planta, no obstante, ha suscitado controversia. La vecina Qatar, que padece desde hace tres años un bloqueo regional encabezado por Emiratos y Arabia Saudí, presentó el año pasado una demanda internacional tildando el proyecto de “una seria amenaza a la estabilidad de la región y su medio ambiente”.
Emiratos ingresa en el selecto club de Oriente Próximo con capacidades nucleares que incluía hasta ahora Israel e Irán. Tel Aviv cuenta con un arsenal nuclear cuyos detalles se hallan ajenos al escrutinio público. Teherán, por su parte, mantiene un programa de enriquecimiento de uranio para supuestos fines pacíficos que lleva años generando polémica y que se halla en plena expansión. Abu Dabi también insiste ahora en las finalidades pacíficas de su proyecto, que involucra a la Agencia Internacional de la Energía Atómica y Estados Unidos.
La Agencia Internacional, que ha certificado la reacción en cadena controlada de la unidad 1 de Baraka, ha celebrado la puesta de largo de unas instalaciones que -a su juicio- representan “un importante hito hacia las operaciones comerciales y la generación de energía limpia”. Aparte de su apoyo, Emiratos firmó en 2009 un acuerdo de cooperación en energía nuclear con Washington que le permite recibir material y asistencia técnica mientras no se utilice para el enriquecimiento de uranio y actividades relacionadas con el desarrollo armamentístico.
“POCO SENTIDO ECONÓMICO EN EL GOLFO”
La central, que debía haberse inaugurado en 2017, sufrió hace tres años un ataque reivindicado por el grupo rebelde chií yemení de los hutíes, una organización apoyada por Irán que controla parte de Yemen y que también golpeó el pasado septiembre instalaciones petroleras de Arabia Saudí. Los expertos advierten precisamente de su ubicación en una zona jalonada de rivalidades y tensiones. “La inversión de Emiratos en estos cuatro reactores nucleares corre el riesgo de desestabilizar aún más la volátil región del golfo Pérsico, hiriendo el medio ambiente y aumentando la posibilidad de una proliferación nuclear”, recalcó hace unos meses Paul Dorfman, experto del Instituto de Energía del University College de Londres.
“Resulta extraño que Emiratos haya invertido tantos recursos en la energía nuclear cuando existen ya otras opciones viables”, deslizó Dorfman. “Puesto que la energía atómica parece tener poco sentido económico en el Golfo, que tiene algunos de los mejores recursos solares del planeta, la naturaleza de este interés emiratí podría estar oculta a simple vista: la proliferación de armas nucleares”, advirtió el investigador, que censuró -además- la falta de medidas de seguridad de las nuevas instalaciones aún en construcción.
“Estos reactores podrían no ser capaces de defenderse de un accidente aéreo accidental o deliberado o de un ataque militar”, detalló quien añade a su análisis los recurrentes ataques con drones de la milicia hutí. “Es particularmente preocupante la ausencia de un ‘receptor nuclear’ que funcione si falla el sistema de enfriamiento del núcleo del reactor de emergencia”, insistió tras evaluar las deficiencias del proyecto.
OTROS PAÍSES EN LA ‘CARRERA NUCLEAR’
La de Baraka es la primera pero no la única aventura atómica que se fragua en Oriente Próximo. Egipto construye en estos momentos su primera central en El Dabaa, una villa costera próxima a El Alamein, a 130 kilómetros al noroeste de El Cairo y frente a Turquía. Es obra de la compañía estatal rusa Rosatom con la que Moscú refuerza su ya robusta presencia en Oriente Próximo y sus lazos con el régimen egipcio, tradicional aliado de EEUU. El primero de los reactores podría inaugurar sus operaciones en 2024 y estar a pleno rendimiento en una década.
Arabia Saudí también ultima la construcción de su primer reactor nuclear diseñado por una empresa gubernamental argentina. Riad busca dar pasos en su estrategia de disponer de todo el ciclo nuclear, incluida la producción y enriquecimiento de uranio para combustible atómico. La versión oficial es que necesita la energía atómica para diversificar su mix energético. Pero su posesión abre la puerta a su uso militar.
“Arabia Saudí no quiere adquirir ninguna bomba atómica pero, sin lugar a dudas, si Irán desarrolla la suya, secundaremos sus pasos en cuanto nos sea posible”, advirtió hace dos años el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, alimentando la inquietud regional. El proyecto que lidera su hermanastro al frente del ministerio de Energía persigue alcanzar una capacidad nuclear de 17,6 gigavatios, equivalente a unos 16 reactores, en 2032.